Queridos amigos y compañeros de la comunidad Kollahuara:
Recién hoy tengo la calma necesaria para compartir con ustedes algunas palabras en torno a la partida de Mercedes Sosa. Tres o cuatro días antes de su fallecimiento, en contacto con nuestro compañero Hernando Hurtado, en Puerto Varas donde estaba laburando, comentábamos la inminencia de esa muerte, circunstancia que él también lamentó profundamente, dada la gran importancia de su obra en nuestra formación musical, especialmente en lo referente a la zamba y la chacarera. Y, a pesar de ello, cuando ocurrió el inevitable desenlace no pude dejar emocionarme, como aquella primera vez que escuché su voz, allá por 1968, cuando era un veinteañero dedicado al rock.
Porque Mercedes no sólo cantaba. A través de su voz yo olía el paisaje de la pampa, veía subir el humo de las casas de adobe de los pueblitos del norte argentino, escuchaba el canto de los coyuyos (chicharras) en el calor implacable de la tarde de verano en Santiago del Estero. La voz de Mercedes es un viaje al corazón de esos pueblos olvidados, esos que llevan mucha sangre quechua en sus venas, esa gente de Tucuyman ("hacia adonde se acaba" en lengua quechua, refiriéndose al Tahuantinsuyo) y más al norte. A esos pueblos que se van encaramando por las laderas de las montañas con nombres tan bellos como Cafayate, Tilcara, Purmamarca, Payogasta, Animaná, Angastaco, Tafí del Valle, y tantos otros, lugares que alguna vez recorrí buscando todo eso de lo que me habían hablado sus canciones.
Porque la voz de Mercedes era para mí lo más parecido al canto de la tierra, a esa música que brota de los cascos y las pezuñas de los animales por los senderos pedregosos de la montaña, al crujido de las carretas cargadas de espigas por las rectas infinitas de la pampa, al crepitar de la leña en los fogones campesinos, al latido de un cielo lleno de estrellas y grillos que alumbran en la soledad de las alturas.
Escuchando sus canciones supe que además del paisaje estaba la gente humilde y sus sueños. Supe que esa voz me entregaba las emociones de un pueblo que, a pesar de todo, canta. Y que seguirá cantando porque es su manera de interactuar con la naturaleza, con sus hermanos y con su propio corazón.
Alguna vez tomé clases de canto, hace harto años. Lo que más recuerdo es algo que mi profesora me dijo en la primera clase: El canto es la expresión más profunda de nuestra alma porque es la exteriorización de una emoción. No cantes si no vas a derramar a través de tu voz lo que más te duele o lo que más te hace feliz.
Mercedes se derramaba en cada canción. Su voz podía ser una cordillera estremecida, telúrica y poderosa (por ej. en Juana Azurduy) y también un niño desconsolado, frágil y triste (El violín de Becho). Mercedes cantaba y su voz sonaba a verdad. Porque podemos mentir al hablar, pero jamás al cantar.
En fin, se me vienen tantas cosas a la memoria, tantas canciones, tantos recuerdos. Creo que la voz de Mercedes me ha acompañado siempre en el largo tránsito del mozalbete semi-inconciente al hombre medio "trajinado" de hoy, ese que tiene la lucidez suficiente para darse cuenta que, cantando esas canciones, de alguna manera fui creciendo a su sombra y, a la vez, envejeciendo hasta sentir que, de alguna manera, Mercedes al partir se llevó un pedazo de mi historia que me duele, aquí dentro.
Para terminar, una última reflexión. Creo que Mercedes más que una "cantora", como a ella le gustaba definirse, fue (y lo seguirá siendo) un referente continental para muchas generaciones de lo que significa la dignidad de la canción popular latinoamericana y el compromiso ineludible con ese pueblo que sueña y canta, que debemos tener quienes somos solamente sus humildes servidores. Creo que eso no es un legado menor.
Recién hoy tengo la calma necesaria para compartir con ustedes algunas palabras en torno a la partida de Mercedes Sosa. Tres o cuatro días antes de su fallecimiento, en contacto con nuestro compañero Hernando Hurtado, en Puerto Varas donde estaba laburando, comentábamos la inminencia de esa muerte, circunstancia que él también lamentó profundamente, dada la gran importancia de su obra en nuestra formación musical, especialmente en lo referente a la zamba y la chacarera. Y, a pesar de ello, cuando ocurrió el inevitable desenlace no pude dejar emocionarme, como aquella primera vez que escuché su voz, allá por 1968, cuando era un veinteañero dedicado al rock.
Porque Mercedes no sólo cantaba. A través de su voz yo olía el paisaje de la pampa, veía subir el humo de las casas de adobe de los pueblitos del norte argentino, escuchaba el canto de los coyuyos (chicharras) en el calor implacable de la tarde de verano en Santiago del Estero. La voz de Mercedes es un viaje al corazón de esos pueblos olvidados, esos que llevan mucha sangre quechua en sus venas, esa gente de Tucuyman ("hacia adonde se acaba" en lengua quechua, refiriéndose al Tahuantinsuyo) y más al norte. A esos pueblos que se van encaramando por las laderas de las montañas con nombres tan bellos como Cafayate, Tilcara, Purmamarca, Payogasta, Animaná, Angastaco, Tafí del Valle, y tantos otros, lugares que alguna vez recorrí buscando todo eso de lo que me habían hablado sus canciones.
Porque la voz de Mercedes era para mí lo más parecido al canto de la tierra, a esa música que brota de los cascos y las pezuñas de los animales por los senderos pedregosos de la montaña, al crujido de las carretas cargadas de espigas por las rectas infinitas de la pampa, al crepitar de la leña en los fogones campesinos, al latido de un cielo lleno de estrellas y grillos que alumbran en la soledad de las alturas.
Escuchando sus canciones supe que además del paisaje estaba la gente humilde y sus sueños. Supe que esa voz me entregaba las emociones de un pueblo que, a pesar de todo, canta. Y que seguirá cantando porque es su manera de interactuar con la naturaleza, con sus hermanos y con su propio corazón.
Alguna vez tomé clases de canto, hace harto años. Lo que más recuerdo es algo que mi profesora me dijo en la primera clase: El canto es la expresión más profunda de nuestra alma porque es la exteriorización de una emoción. No cantes si no vas a derramar a través de tu voz lo que más te duele o lo que más te hace feliz.
Mercedes se derramaba en cada canción. Su voz podía ser una cordillera estremecida, telúrica y poderosa (por ej. en Juana Azurduy) y también un niño desconsolado, frágil y triste (El violín de Becho). Mercedes cantaba y su voz sonaba a verdad. Porque podemos mentir al hablar, pero jamás al cantar.
En fin, se me vienen tantas cosas a la memoria, tantas canciones, tantos recuerdos. Creo que la voz de Mercedes me ha acompañado siempre en el largo tránsito del mozalbete semi-inconciente al hombre medio "trajinado" de hoy, ese que tiene la lucidez suficiente para darse cuenta que, cantando esas canciones, de alguna manera fui creciendo a su sombra y, a la vez, envejeciendo hasta sentir que, de alguna manera, Mercedes al partir se llevó un pedazo de mi historia que me duele, aquí dentro.
Para terminar, una última reflexión. Creo que Mercedes más que una "cantora", como a ella le gustaba definirse, fue (y lo seguirá siendo) un referente continental para muchas generaciones de lo que significa la dignidad de la canción popular latinoamericana y el compromiso ineludible con ese pueblo que sueña y canta, que debemos tener quienes somos solamente sus humildes servidores. Creo que eso no es un legado menor.
Un saludo afectuoso a todos,
Juan Silva
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